Agradezco de corazón a Nina Ozuna por su excelente contribución a este espacio consagrado a la fauna felina.
(Ramón Gómez de la Serna)
El gato es la criatura Zen por excelencia. Dueño de los mejores rincones de la casa, relajado al límite, rey del ocio perpetuo, objeto de caricias. No tiene que guardar la casa como el perro, ni estar encerrado en una jaula y piar como el canario. Antes decían que tenía que cazar ratones, pero aun eso era deporte gastronómico y no obligación laboral. El gato se mueve con elegancia felina, pisa con suavidad algodonada, salta sin esfuerzo, y vive sin ruido. Su cuerpo se ajusta por sí mismo a las curvas del mullido sillón, y su anatomía se mezcla con el regazo humano en reposo orgánico. Siempre alerta y siempre descansado. Sueño instantáneo, e inmediato despertar. Se posee a sí mismo con fácil totalidad, señor de su mirada y conquistador de su espacio. Conciencia ambulante del entorno absoluto. Vivencia exacta del paisaje circundante que encuentra su centro en la unidad despierta de su intenso vivir. El gato, reposado y callado, anónimo y silencioso en olvido publicitario, se convierte súbitamente en la convergencia de todos los vectores de atención al pasar a la acción instantánea con efectividad inmediata. Monje budista en la contemplación inmutable del misterio de la vida en el milagro de creación.
Tengo ante mí la reproducción de una pintura china de un gato. Se está riendo de mí. Me dice; “A ver cuando aprendes a ser como yo. A andar reposado, sin prisas ni sustos, y a saltar al instante en cuanto se presente la ocasión. A caer en la cuenta de todo, observar todo, parecer indiferente a todo, solo para escoger en el momento preciso la postura favorita o el manjar selecto, y disfrutar los placeres diarios con la intensidad inocente y discreta de sibarita profesional. A dormir profundamente con todo el cuerpo en el ritmo visible de la respiración plena y tranquilizante. A dejarte querer de los humanos como si tuvieras derecho a sus caricias y a que todos te quieran como la cosa más natural del mundo. A vivir despreocupado y alegre, y a desaparecer un día con el mismo silencio con que llegaste, sin pensar que el mundo vaya a angustiare porque haya un gato menos. A ver si aprendes, que esa será la manera de pagar yo la deuda que tengo contigo y con todos los humanos por lo bien que me habéis tratado en toda mi vida sin merecerlo.”
El gato del retrato me sigue mirando. Aunque todos los gatos del mundo son iguales, caigo en la cuenta de que es un gato chino. Tenía razón el genial autor de las “Greguerías”. A los gatos los debieron inventar los chinos.
Carlos González Vallés
Tengo ante mí la reproducción de una pintura china de un gato. Se está riendo de mí. Me dice; “A ver cuando aprendes a ser como yo. A andar reposado, sin prisas ni sustos, y a saltar al instante en cuanto se presente la ocasión. A caer en la cuenta de todo, observar todo, parecer indiferente a todo, solo para escoger en el momento preciso la postura favorita o el manjar selecto, y disfrutar los placeres diarios con la intensidad inocente y discreta de sibarita profesional. A dormir profundamente con todo el cuerpo en el ritmo visible de la respiración plena y tranquilizante. A dejarte querer de los humanos como si tuvieras derecho a sus caricias y a que todos te quieran como la cosa más natural del mundo. A vivir despreocupado y alegre, y a desaparecer un día con el mismo silencio con que llegaste, sin pensar que el mundo vaya a angustiare porque haya un gato menos. A ver si aprendes, que esa será la manera de pagar yo la deuda que tengo contigo y con todos los humanos por lo bien que me habéis tratado en toda mi vida sin merecerlo.”
El gato del retrato me sigue mirando. Aunque todos los gatos del mundo son iguales, caigo en la cuenta de que es un gato chino. Tenía razón el genial autor de las “Greguerías”. A los gatos los debieron inventar los chinos.
Carlos González Vallés